En su regreso a París tras la Revolución Francesa, Abraham-Louis Breguet se encuentra con una Francia cambiada. Se dedica entonces a extender su clientela en el extranjero, y es en Rusia donde cosecha un mayor éxito. En 1808 abre un establecimiento en San Petersburgo, que se ve obligado a cerrar tres años más tarde cuando el zar Alejandro I prohíbe la entrada de productos franceses en suelo ruso como respuesta a la política de Napoleón.
Con la adquisición de treinta y cuatro relojes de sobremesa y de pulsera entre 1808 y 1814, la reina de Nápoles, mujer ambiciosa y sumamente bella, ocupó sin dificultades un puesto de honor entre los clientes más distinguidos de Breguet.
La hermana menor de Napoleón reinó con su marido, el rey Joaquín Murat, de 1808 a 1815, y la relación especial que entretejió con Breguet en aquella época daría origen al primer reloj especialmente diseñado para lucirse en la muñeca. Lo encargó en 1810, lo pagó en 1811 y recibió esta revolucionaria creación en 1812: un reloj repetidor ultraplano, de forma rectangular, equipado con un termómetro y montado en una correa de pelo entrelazado con hebras de oro. Ningún escollo fue demasiado difícil para Breguet en su afán por satisfacer a la reina Carolina y por ello fue debidamente retribuido.
Durante el verano de 1813, cuando la crisis europea estaba en su punto más álgido y la firma había perdido a sus mejores clientes, la reina Carolina adquirió a su relojero predilecto doce nuevos modelos (ocho repetidores y cuatro simples), lo cual dio a la compañía el ímpetu financiero necesario en el momento menos esperado.
Carolina Murat completó su colección con una serie de termómetros, barómetros y varias docenas de relojes comerciales menos costosos que compró con la intención de obsequiarlos.