En su regreso a París tras la Revolución Francesa, Abraham-Louis Breguet se encuentra con una Francia cambiada. Se dedica entonces a extender su clientela en el extranjero, y es en Rusia donde cosecha un mayor éxito. En 1808 abre un establecimiento en San Petersburgo, que se ve obligado a cerrar tres años más tarde cuando el zar Alejandro I prohíbe la entrada de productos franceses en suelo ruso como respuesta a la política de Napoleón.
La armada, elemento indisociable del régimen, proveyó a Breguet con un fuerte contingente de devotos clientes, incluyendo a generales y mariscales del imperio como Michel Ney. Todos sometían su reloj a un rudo trato en los campos de batalla y describían sus campañas en las cartas que enviaban a Breguet. Cada vez que regresaban a París de permiso hacían su peregrinaje ritual al taller del maestro, quien expurgaba debidamente de sus relojes las huellas de Austerlitz, Friedland, Wagram y otras grandes batallas.