Abraham-Louis Breguet abandona su hogar en Neuchâtel siendo apenas un adolescente, y se dirige a Versalles y París con la intención de convertirse en aprendiz de relojero. En 1775 abre su propio taller en la Ile de la Cité de París con la ayuda de Abbot Joseph-François Marie, quien acoge al joven Breguet bajo su protección y lo presenta en la corte francesa. La aristocracia francesa no tarda en convertirse en la clientela de Breguet. Obligado a abandonar Francia durante el periodo oscuro de la Revolución, Breguet regresó en 1795 para reconstruir su negocio.
Ministro de Asuntos Exteriores y figura fascinante de los siglos XVIII y XIX en Francia, Charles Maurice de Talleyrand era un entusiasta admirador de las piezas relojeras de Breguet. Como testimonio de su sólida amistad con el maestro relojero, le procuró un buen número de clientes. Es muy factible que a través de él Breguet conociera a Esseid Ali Effendi – embajador del Imperio Otomano en Francia y estandarte del inmenso potencial comercial del país –, así como al príncipe Joseph de Mónaco y a su esposa, la princesa Thérèse.
Talleyrand valoraba mucho la elegancia y calidad excepcionales del trabajo de Breguet. Los dos hombres tenían una relación tan estrecha que, cada vez que era necesario, el corresponsal comercial de Breguet e incluso sus relojes, viajaban por cortesía del servicio postal del ministerio, antepasado de la actual valija diplomática.
Las recepciones de Talleyrand, que tuvieron lugar en el ministerio hasta 1807 y también en su residencia privada, eran de las más deslumbrantes de París. De hecho, fue en una de estas fiestas que alguien pidió a Breguet que mostrara los aspectos prácticos del “pare-chute”, invención cuyo principio ya había descrito. El maestro relojero sencillamente sacó su reloj, lo tiró al suelo y propuso que alguien lo recogiera y lo pasara de mano en mano. Todos los presentes comprobaron que funcionaba en perfectas condiciones pese al golpe que había sufrido. Talleyrand sólo pudo exclamar “¡Este desconcertante Breguet no cesa de mejorar la perfección!”.
Talleyrand compartía la admiración por los relojes Breguet con su familia y con la comunidad diplomática en general. Entregadas entre 1798 y 1823, sus propias adquisiciones, sumadas a las de su mujer, sobrinos, hijo ilegítimo Charles de Flahaut y allegados, totalizan no menos de treinta piezas.