Los años que siguieron a la Revolución fueron testigos del nacimiento de una nueva clientela en Francia, formada por banqueros y oficiales, pero también por la élite del poder. Al mismo tiempo, Abraham-Louis Breguet empieza a ser reconocido entre la clientela extranjera, en particular inglesa, española y rusa. El zar Alejandro I llegó a visitar al relojero en su taller de Quai de l’Horloge. Carolina Murat, quien en 1808 se coronó Reina de Nápoles, llegó a poseer treinta y cuatro relojes Breguet a lo largo de su vida.
La armada, elemento indisociable del régimen, proveyó a Breguet con un fuerte contingente de devotos clientes, incluyendo a generales y mariscales del imperio como Michel Ney. Todos sometían su reloj a un rudo trato en los campos de batalla y describían sus campañas en las cartas que enviaban a Breguet. Cada vez que regresaban a París de permiso hacían su peregrinaje ritual al taller del maestro, quien expurgaba debidamente de sus relojes las huellas de Austerlitz, Friedland, Wagram y otras grandes batallas.